El Niño Dios de Malloco, un Dios Solidario
Tomando en cuenta el lema: “Un niño los conducirá por el camino del amor” (Is. 11,6), propuesto en nuestro Decanato de Talagante para el mes de la Solidaridad, lo primero que tenemos que decir es que nuestro Dios, el Niño Dios, es un Dios solidario.
El lema, sacado de Isaías 11, nos plantea la solidaridad más radical que se pueda pensar para nuestro mundo actual. Desde la metáfora del “lobo” y el “cordero” “comiendo” juntos y los hijos de unos y otros “jugando” juntos, nos presenta lo que significa la solidaridad. No olvidemos que ese Niño (el Niño Dios) acaba de recibir los dones del Espíritu (Is. 11,2-3) para establecer la justicia y la paz en toda la tierra.
Así, nuestra espiritualidad implica, en lo más esencial, solidaridad. Un Niño ( el Niño Dios), lleno del Espíritu, unifica, solidariza hasta los más opuestos: los poderosos con los débiles. “Viven” juntos, “duermen” juntos, “comen” juntos, “juegan” juntos… y ¿por qué no? Estudiar juntos y otras muchas cosas más que podemos hacer juntos.
La existencia de exclusiones marca la altura moral de nuestro tiempo y plantea en toda su radicalidad la principal cuestión ética al inicio de nuestro milenio: ¿Dónde dormirán los excluidos el próximo milenio?, ¿qué será de ellos?, ¿qué mesa podrá acogerlos como comensales?,…, ¿cómo anunciar a los excluidos que Dios los ama?
En esto radica todo el quehacer en nuestra comunidad: Niño Dios de Malloco. Lo que podía ser “social” se nos hace urgencia pastoral; lo que podía ser simple solidaridad social, en realidad, es espiritualidad..
- DE UN DIOS INDIVIDUALISTA AL DIOS SOLIDARIO.
Para muchos cristianos Dios es “mi Dios”. Hay un cristianismo que se concentra y gira sobre el individuo. Este cristianismo individualista se alía hoy fácilmente con tendencias “espiritualistas” como “new age” o neo-budistas, para los que la religión es sobre todo una cuestión de cultivo de la interioridad, pero carente de los “social”.
Tampoco faltan entre los movimientos católicos cierta versión “cultualista” e individualista que privilegia el sentimiento del pecado personal, pero se olvida mucho del pecado social. Les importa más la corrección de vida que la lucha contra el mal y la injusticia, llegando a reducir la salvación a un asunto “espiritual” del alma.
La imagen de Dios que late detrás de esta fe individualista es bastante penosa: la fe de un Dios relacionado conmigo, preocupado por mis faltas, desentendido del mundo que creó por amor…
A) El Dios Solidario
El Dios de la Biblia es bastante distinto de la caricatura recién expuesta. Estamos acostumbrados a las categorías personales, y estas no faltan en la Biblia, pero desde los orígenes hay un imborrable acento social. Ni la salvación ni el pecado son sólo asuntos personales. El pecado personal nos daña a cada uno, pero también daña a los otros. El pecado por ser personal es social.
El Dios de la Biblia se caracteriza por estar siempre atento a las víctimas. Sólo desde la perspectiva de las víctimas podemos adentrarnos en el misterio del Dios de Abraham, del Dios del Éxodo,… del Dios Crucificado. La historia de la justicia de Dios no es la historia de los triunfadores; es la historia de los perdedores rehabilitados. El clamor de las víctimas sigue interpelándonos a solidarizar con ellos.
Sólo en solidaridad con las víctimas se puede emprender (y comprender) el verdadero seguimiento del Dios crucificado.
a) -El Dios de Israel.
El relato de salvación por antonomasia de Israel es un relato de liberación, de paz, de justicia,…
El Dios que suena en los escritos proféticos es un Dios preocupado por los más débiles de la sociedad (Am. 2, 6-7).
El Dios de Israel es un Dios Solidario con los hombres. No deja de hacernos la pregunta “¿Dónde está tu hermano?”.
b) – El Dios de Jesús.
Para Jesús Dios es el Dios del Reino. Es llamativo que Jesús, antes que de Dios, hablara del Reino de Dios. Reinado que lleva consigo apostar radicalmente por el hombre; hacer de la causa del hombre la causa de Dios (Mt. 25, 31-46). El cristiano se convierte así, es llamado a ser, un solidario radical con el prójimo, a semejanza de Jesús y de su Dios, que no deja de ser solidario.
v En la Encarnación Dios se solidariza con lo más bajo.
Quizás dos mil años sea muy poco tiempo para sacar todas las consecuencias de la Encarnación de Dios. Lo mismo nos puede pasar en cuanto a la espiritualidad que nos puede inspirar la imagen del Niño Dios de Malloco.
El Altísimo se hace El Bajísimo. Un correctivo enorme a nuestro modo de entender a Dios y la religión.
El misterio de la Encarnación es el misterio de la humanización de Dios. El Dios encarnado es realmente el Emmanuel, el “Dios con nosotros”. El Dios solidario, hecho carne, que ha puesto su carpa entre nosotros, nos toma desde abajo a todos, nos iguala, rompe diferencias… Así, Dios, en solidaridad con los hombres, sueña con una tierra hermanada sin injusticias ni diferencias, sin exclusiones. En Jesús Dios vive humanamente y, así, muestra al mismo hombre lo que es ser hombre (GS 22).
Vivir humanamente es ampliar el nosotros (como Dios en su misterio trinitario) y achicar los espacios de distancia y marginalidad. ¿Cómo poner la mesa del Reino para acoger a los excluidos como comensales en única mesa familiar? Matar a mi hermano “Abel” es suicidarme como “Caín”, o como Judas.
v En la Encarnación Dios se solidariza con “lo distinto”.
Todos los hombres somos hijos del mismo Padre-Madre Dios. Por consiguiente todos quedamos constituidos como hermanos.
Para el cristiano, todo hombre es su hermano y toda mujer es su hermana. Afirmaciones estas que se deducen lógicamente de nuestra fe, pero que tienen la fuerza explosiva de un volcán en cuanto sobrepasa la lógica religiosa o teológica y comienzan a funcionar en la realidad.
Si el “otro”, el “distinto” es mi hermano, entonces el comportamiento en la política, en la economía, las relaciones internacionales, la emigración, la salud, la educación,…, y nuestras comunidades cristianas experimentarían un vuelco radical. Seríamos una comunidad, un pueblo de hermanos. Este es el sueño de Dios. Su proyecto. Su Reino…
Cada cristiano tiene que realizar este sueño divino de la hermandad y solidaridad humana.
v La Encarnación significa que el ser humano es el acceso a Dios.
Si Dios se encarnó en Jesús, él es el “único mediador” entre Dios y los hombres (1 Tim. 2,5). Fuera de él no hay salvación: ni devociones, ni santos… Nadie es nuestro Salvador; sólo Jesús.
Así, si el ser humano es lo que Dios se hace cuando sale de sí, entonces lo más sagrado que existe en la realidad es este ser humano. La consecuencia más seria de esta afirmación, de nuevo parafraseando a Mateo 25, es que, si reconocemos al hombre, reconocemos a Cristo; sí hacemos algo por los más “pequeños”, lo hacemos por Dios mismo. Es decir, la vía de acceso a Dios es el hombre.
B) El nombre laico de Dios: Solidaridad
A Dios le hemos llamado con diferentes nombres para expresar lo absoluto: “Él”, “el totalmente Otro”… Para el hombre de hoy, que prefiere vivir en “una ciudad laica”, a Dios se le podría llamar solidaridad. Desde la Encarnación en su Kénosis, Dios renuncia a utilizar el poder divino contra la libertad humana. Ya no le podemos llamar “el guerrero”, “el fuerte”. En la Encarnación, y sobre todo en la Cruz, Dios pierde el esplendor de la divinidad, que las religiones otorgan a los dioses. En nuestro Dios Encarnado-Crucificado se seculariza la historia y libera a la humanidad del miedo a los dioses.
Nuestro mundo secularizado, quizá nos esté facilitando la destrucción de imágenes idolátricas de Dios. Ante el Pesebre y ante la Cruz de Cristo cesan las imágenes y las palabras, cesan el poder y la razón. Queda solamente la “teología de la gracia”, la “teología de la cruz”, la “teología del amor”. ¿Quién será Dios tan grande y tan vulnerable? ¿Quién será Dios para amarnos así? ¿Quién será Dios a quien puedo herir si hiero al hombre?
Se necesita más fortaleza para ser víctima inocente que para ser verdugo. Esa fortaleza tiene un nombre: amor y fidelidad. Así se revela la esencia de Dios en el pesebre y en la Cruz. Y amor y fidelidad son también los rasgos más humanos que anhela el hombre de hoy, aunque sigue cayendo en la mentira y en la corrupción…
Dios prefiere padecer la injusticia antes que cometerla. Renuncia a imponer la justicia “con brazo poderoso”, y prefiere extender sus brazos para ser clavado en la cruz.
En el Pesebre y en la Cruz para nada aparece el Dios justiciero y vengativo.
¿Qué significa el recuerdo del Dios crucificado en una sociedad laica, que oficialmente valora todo lo humano y, a la vez, camina por encima de víctimas, de excluidos y crucificados, por no decir de cadáveres?
Significa que Dios se revela y se sacramentaliza en todas las víctimas, en todos los crucificados de la tierra. Dios no tiene imagen, pero tiene voz e interpela. Su imagen propiamente son los pobres y las víctimas. Y ellos son también la voz de la inhumanidad que clama a Dios y, a la vez, la voz de Dios que interpela a los humanos. La respuesta a esta interpelación es SOLIDARIDAD.
C) La Iglesia, escuela de comunión, de solidaridad.
No se puede vivir la fe con planteamientos individualistas. No podemos rezar el padre nuestro, la confesión de hermandad universal, y desentendernos de los otros. Sería tanto como negar lo que Dios se ha mostrado ser: la solidaridad original, radical, absoluta.
La tarea que nos plantea la misma imagen del “Niño Dios” es grandiosa: ser lo que somos, es decir, llegar a ser hermanos, unos con los otros, en esa solidaridad final en lo que “él será todo en todos” (1 Cor. 15,28).
Pero, para que esto se realice, la espiritualidad solidaria pide de nosotros poner manos a la obra. La solidaridad es activa, exige realización. Trabajo en pro de la liberación, la salvación y la rehabilitación y dignidad de los seres humanos, al igual que Jesús que predicaba y realizaba el Reino.
v La solidaridad es inteligente.
La solidaridad no puede dejar de considerar, a esta altura de la historia, la aportación de las ciencias sociales. Y éstas han puesto de manifiesto que la solidaridad humana se solidifica y cristaliza, para el bien y para el mal, en instituciones, estructuras y sistemas sociales.
La solidaridad, para que nunca sea para el mal, tiene que ser inteligente. No basta con practicar la caridad a nivel individual o así sin más. En esto podemos apernar al revés. La superación del “pecado del mundo” (Jn. 1,24) pasa por las estructuras sociales: organización de la salud, educación, trabajo, vivienda… Por tanto la solidaridad tiene, por su dimensión social, alcance estructural. Y exige medidas y cambios que afecten a esas estructuras. La política es la encargada de tales cambios, que nunca se harán sin la colaboración decidida de la ciudadanía. Ahí los cristianos somos luz, sal, fermento…
Los sufrimientos y dolores de los hombres tienen casi siempre raíces sociales. Demandan soluciones sociales. Hay que tener los ojos atentos a las causas sociales, estructurales de las injusticias y del sufrimiento, que el Concilio llama “caridad política” (GS 74) y Benedicto XVI “Caridad Social”. No basta la solidaridad asistencial, siempre necesaria; se pide también la solidaridad social, empeñada en mejorar la sociedad y sus estructuras.
En la solidaridad hay trabajo y tarea para todos: unos desde más abajo, otros desde más arriba; unos desde la palabra y la concienciación, y otros desde el trabajo, la salud, la educación…
El Reino de Dios, que es llamado a la solidaridad, a realizar el sueño de Dios solidario sobre nosotros, nos necesita y convoca a todos.
P. Félix Zaragoza
Malloco, julio 11 de 2008
jueves, 28 de agosto de 2008
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